jueves, 23 de julio de 2009

No me peguen, soy Alfaro (perdón que peque)


Un hombre con su verba adoctrinó a una masa en el momento menos pensado. Eran épocas de desasosiego, de sequedad en la boca, no había lugar a frases hechas, cargadas de un casetismo que tanto le gusta al hincha. Se le iba la segunda oportunidad al rafaelino, al que le faltaban cuatro materias para ser ingeniero. Se iba la segunda, pero su vida cambió… ¿Qué hubiese sido de ti, Gustavo? Los aviones, el cariz de las Copas ya invitaban a ese equipo a otra cosa por eso se agolparon en el Centenario los nuevos cracks, experiencia para la nueva apuesta: Se repatrió al INCUESTIONABLE Y ULTIMO IDOLO NELSON VIVAS, y lo acompañaron Juan Pablo Avendaño, Gabriel Lobos, Carlos Roldán, Chiche Arano, Miguel Caneo (el mejor refuerzo en Primera División), Pablo Galdames, Agustín Lastagaray (Quilmes paró en su hotel familiar en una pretemporada en Necochea), Diego Markic, el colombiano Andrés Pérez, Matías Almeyda, Leandro Benítez, Pablo Vitamina Sánchez, Fernando Pagés, Speedy González, Turbo González (por qué no vino Araceli) Cristian Menín, Luis Rueda, Pablo Añaños, Aldo (goleador de Sunset) Osorio, Facundo Bonvín, Champeta Velázquez, Cesar Velázquez (el arquero, remember) y Pablo Mannara (lo echaron en Reserva y lo suspendieron 10 fechas). En total fueron 24 refuerzos para jugar de manera paralela la Copa Libertadores y el Campeonato Clausura. En ese periplo, bisagra para la economía del club, para mostrarlo a toda América, para capitalizar el plantel y foguear a los juveniles, se optó por traer a futbolistas para jugar ambos torneos y a otros para utilizar solamente en el fútbol vernáculo. Por lo tanto, desde la orquestación del proyecto una vez más los juveniles del club quedarían relegados por grandes sumas de billetes cuyo potencial no se trasladaba al terreno de juego. Pero esto no data de la época Alfaro, sería de necios creerlo, pero sí vale resaltar que los meritos del rafaelino por llevar a Quilmes a la cumbre y ponerlo en una situación inigualable, nublaron las expectativas de todos. Ese champagne tras la derrota 0-3 con los sanjuaninos en el Centenario montó un alo de burbujas que nos marearon. Y “los 50 puntos”, que pregonaba Daniel Razzeto, en ese entonces Presidente de la institución, quedaron en el play rec del periodista de Olé de la época. En esa veintena de refuerzos, Matías Almeyda, Nelson Vivas (no merecía tal final), Vitamina Sánchez, Carlos Roldán, Speedy González y prácticamente Aldo Osorio, abandonaron la profesión. Solo Gabriel Peñalba se capitalizó como futbolista habiendo jugado menos de 20 partidos en el Cervecero y vendido por una cifra menor a los 300 mil verdes. Hoy, con enorme presente en Argentinos Juniors, fue tasado en 5 millones de Euros. Otro de sus grandes errores fue ponerse en el medio de las discusiones entre los dirigentes y el plantel por la deuda económica (me suena) y terciar a favor de aquellos que lo bancaron. No es una defensa de los jugadores, pero éstos enterados de la cuestión, pidieron reuniones con Lechuga que en su momento terminaron con la salida de Nelson Vivas, post revoleo de mesas y sillas en las tan mentadas reuniones en las cuales se decidió comenzar una huelga a dos días de jugarse la clasificación ante The Strongest. Error de los jugadores también no haber pensado en los hinchas. A la postre, los mismos boludos que siempre pagamos los platos rotos. Ese fue uno de los puntos medulares de un cristal que ya se había roto. Lo quisieron pegar pero ya no era lo mismo. El cristal vale solo en su esencia genuina, después es puro vidrio. Ese fue el principio de un fin doloroso, como todas las grandes lindas cosas que brinda Quilmes. Y por eso Alfaro divide aguas, entre los ángeles y demonios de azul y blanco. Lo que uno espera del coach, tipo pensante si los hay, es un gesto de autocrítica y no pensar únicamente que por habernos mostrado el costado desconocido, puede tener la potestad sobre nosotros de hacer y decir lo que se le ocurra y buscar chivos expiatorios donde no los hay, o que quizá no son lo tremendamente culpables de lo que termino siendo un ciclo que como todo en Quilmes, termina para la mierda. Parte de su yoismo lo nubló. El proceso de Gustavo Alfaro tuvo como comienzo de su segunda etapa en el Quilmes Atlético Club el 3 de agosto de 2002 en el empate en uno ante Godoy Cruz. Lo que aconteció en el medio con ese famoso 0-3 ante los sanjuaninos lo pasaremos por arriba. También obviaremos que Agustín Alayes jugó de cinco y que Alfaro marcó con línea de tres en el fondo y llegó a plantar doble enlace en alguna ocasión. Un método que no funcionó y que se trocó por el victorioso y ahora Alfarísitico 4-4-2. Alayes se acomodó en el banco, ingresó con la 14 para meterse en la historia, nunca más fue volante tapón y Lechuga se ganó el corazón de todos los hinchas. Con un sprint final demoledor y con la gente “olfateando que algo lindo podía pasar”, robándole la frase al Toto; Rodrigo Braña (25), Daniel Cigogna (24), Sergio Marclay (22) y Diego Torres (18), fueron de los que más participación tuvieron en los famosos vengadores. Los juveniles de Quilmes, eh. El proceso en la Primera División requería de un trabajo de campo utilizado por antropólogos, debido a que el fútbol no era el mismo que se ejecutaba 11 años atrás. La temporada 03-04 fue lo impensado, la cenicienta ni miraba los relojes, no le darían por nada del mundo las 12. 60 puntos para transformar a Gustavo Alfaro en uno de los mejores entrenadores del momento y capitalizar un plantel de Nacional B con huevos y hambre para demostrar que la máxima categoría del fútbol vernáculo no le quedaba grande. Triunfaron por segundo año consecutivo. Se capitalizaron los jugadores, no el club, claro. Primer gran error dirigencial y primer traspié para Alfaro. Sudamericana, Apertura, Libertadores y Clausura en un año. El paso por la Primera División había dejado la consolidación de Torres, Cigogna y Marclay quien se había recuperado de una rotura de ligamentos en su rodilla la cual le había imposibilitado terminar el Nacional B. Alfaro hizo debutar a Diego Minor, un volante proveniente de Bahía Blanca y le dio 10 partidos a Cigogna en el Apertura 03. Damián Dominguez, Sebastián Cano, Leandro Mánquez, Torito Acuña, Chueco Coronel, Miguel Monay y Diego Torres solo disputaron partidos en Reserva. En el Clausura 04, Torres ingresó en siete oportunidades mientras que Pajaro Marclay jugó un par de minutos ante Estudiantes en La Plata. Para esa primera temporada en la máxima categoría se acordaron la llegada de los siguientes jugadores: Jorge Campos, Luis Carranza, Marcelo Pontiroli, Leandro Evangelisti, Lautaro Trullet, Hernán Pagés, Kalule Meléndez, Sergio Sanabria, Diego Bustos (cinco partidos, ninguna rabona), Arturo Norambuena, Diego Ceballos, Silvio Carrario, Ariel López, Peca Garnier, Juan Herbella, Pablo Bastianini, Cristian García y Patricio Camps. Pontiroli, Trullet, López, Garnier, Carrario, Ceballos y Meléndez fueron los aciertos. De esta lista se retiraron prácticamente de la actividad los siguientes cracks; Rabona Bustos, Pato Camps y Beto Carranza. Primera sangría económica para un club que comenzaba a trazar los primeros pasos de un modelo a seguir: sueldos muy altos para jugadores que terminarían no siendo pilares de esa magnifica temporada. Pero el “tiempo pone las cosas en su lugar”. Me suena esa frase. Ahora, tras los 60 puntos, aquellos vengadores, vaya paradoja, pedirían retroactivo por la proeza, entonces… El exilio fue encantador. La base duró lo que una vedette en una iglesia. El periplo copero y nacional marcó una bisagra en la vida de Gustavo Alfaro y los hinchas. La gloria o la tranquilidad para que el colchón siga siendo confortable. Para el 2004-2005 Lechuga contaba en su plantel con los siguientes juveniles: Iván Islas, Andrés Manzanarez, Alfredo González Bordón, Gabriel Peñalba, Pedro Cardona, Torito Acuña, Diego Torres, Alexis Martínez, Jorge Medina y Esteban Garza García. En estos días me viene zumbando esa mosca de la justicia, esa que divide las aguas, separa a los hinchas, y los pone a unos como sabelotodos y a otros como perfectos ignorantes y desagradecidos, y viceversa también. En el medio, cual Moisés, nuevamente, eternamente recurrente, Gustavo Julio Alfaro, el hacedor de las mayores proezas de nuestro Quilmes le gritan uno a esa mosca tipo CQC. Otros la debilitan enrostrándole al filósofo del fútbol, cultor del perfil de técnico de pipa pensante, futuro autor de libros de autoayuda con frases sacadas vaya saber uno de qué manual, todos sus defectos. Aquella renuncia en los vestuarios de Almagro aún se recuerda con la frase “los jugadores ya no ven a través del ojo del entrenador”. En el mundo de los ciegos, Alfaro fue rey… Tómelo, déjelo, haga lo que se le ocurra. Antes de desparramar información con un cariz objetivo, solo me hago una pregunta: ¿Por qué el técnico que nos puso en la gloria, es tres años después de su RENUNCIA objetado por su trabajo? ¿Los hinchas de Quilmes somos exitistas? ¿Los hinchas de Quilmes solo le contabilizamos las buenas? ¿Qué somos los hinchas de Quilmes? Alfaro del fin del mundo, algún día tendrá su tercera temporada en la institución, espero que no nos mire a todos desde arriba. Sí que nos ilumine con su sapiencia y que haga del Cervecero un libro con buenas historias para contar. Lo merecemos los hinchas, también él.

viernes, 10 de julio de 2009

La vida por los colores


Que lejos nos parece que ha quedado el sentido de pertenencia en los clubes. Porque definitivamente, se vive de esa manera, para que la vida pase rápido, a toda velocidad, sin pensar para qué. Por nunca entendemos que sentido tiene ir esquivando cosas para llegar a una meta que nunca alcanzaremos, porque definitivamente, ese meta no existe. Vamos tras algo siempre, sin pensarlo y en eso se nos va la vida sin disfrute, sin reposo, sin remanso, con mas pena que gloria. Porque el regocijo, está siempre en las pequeñas cosas, o en aquellas que quizá parezcan insignificantes. Por eso cuando perdemos la pertenencia, perdemos mucho más que algo a lo cual estar aferrado. Es que no imagino mi vida sin el fútbol, sin mi club, sin mi partido de todos los fines de semana, sin la televisión o la radio al servicio del cardiólogo. Denme de esa droga que la necesito, que me hace bien, que es mi remanso por más que parezca que el mensaje suene tremendamente contradictorio. Y ese papel es el que vino a jugar Quilmes en mi vida, por obra y gracia de la naturaleza, las frustraciones han hecho de mi algo hermoso, como un espaldarazo a esa realidad con la que cargamos nuestras horas. Y en eso de la pertenencia, del fulbito de potrero hasta altas horas de la noche, he comprendido que en mayor o menor medida el club me necesita, aunque yo más. Y ellos, colmados de rondas acunadas, con tobillos maltrechos y pariendo el coraje, me llevaron a obtener ese bonus track perdido, el del sentido de pertenencia. Y volví a creer que se puede, que restarle un par de horas a la familia es un tema, pero por Quilmes lo vale. Que ofrecer a la institución centenaria un sin fin de cosas sin pedirle nada no lo garpará ninguna tarjeta dorada. Y se me viene a la mente la historia del uruguayo Abdón Porte, aquel volante central defensivo de Nacional de Montevideo, gloria eterna del Bolso, que cuando le dijeron que ya no formaría parte del primer equipo, se pegó un tiro en el medio de la cancha del Parque Central que lo había cobijado campeón en un sin fin de oportunidades. Y lo encontró un perro, el de Severino Castillo, el canchero del estadio, mientras de fondo aún podía escucharse el aliento de sus más fieles seguidores. Pertenencia señores, eso sí que es querer algo. Demasiado quizá para la ocasión, pero quién le va a discutir algo. Y sin ir tanto al fleje, esta gente se mueve y la va pariendo, como todas las cosas en los clubes. Pero que valor más grande te llevas al sobre de madera que haber intentado algo por tu club. No te lo saca nadie. Porque esperas ser abuelo para contarselo a tus nietos. Y ellos, intentando desde afuera comenzaron a marcar un rumbo que todos consideraban imposible. Y son la enjundia en si mismo. Y no los doblan y no hay viento sonda que los pueda voltear. Muerden el polvo pero se lo tragan. Se levantarán una vez más para derrotar el ostracismo y sin intentar reinar, pertenecer. Que señores, es muchísimo. A los Socios Cerveceros, el reconocimiento por los servicios prestados y las gracias por devolverle al hincha algo que parecía perdido. Aquellos que quieran deberán hacerlo, porque el club siempre te necesita. No hagamos vedetismo porque sino el club perderá lo más genuino de si mismo que son los hinchas. Y ganarán los oportunistas de la desesperanza y será una historia de una calesita que gira siempre al mismo compás. A los Socios Cerveceros, gracias por la pertenencia. Porque poco es mucho, y pertenecer siempre tiene sus privilegios…

miércoles, 8 de julio de 2009

Mi único héroe en este lío (carta a vos, diez)


Miro la foto que tengo de mi hijo en el fondo de pantalla de mi computadora. Lo veo a él jugando también. Lo sueño crack, claro, por ahora puedo, sus diez meses me posibilitan volar en la mente porque aún no habla. No me habla de Ben 10, Power Rangers y demases yerbas 20 pulgadas. Lo sueño mil veces, lo añoro también, que no es lo mismo. Tiene sus camisetas de todos los tamaños y formas en su enorme placard. Mi hijo, tan cervecero que no entra en sus 70 centímetros. Y la veo a mi esposa he imagino a la madre de Adrian Gustavo Giampietri. No se por qué he transpolado tamaña imagen. Quizá sí lo sepa, el Maquina ha marcado a fuego mi pasión por este club. Soy contemporáneo de su futbol, de sus gambetas, de esos dedos pulgar arriba a la hora de correr, de ese culo tipo gorda caribeña para encarar matungos y desairar rivales. Soy contemporáneo del Maquina la puta madre, que dicha la que me ha tocado vivir. Los vasos de cerveza que le contaron, los acusadores del momento, los jueces de turno que nunca miran hacia adentro, que no tienen muertos en su placard. Giampietri es mas que diez goles, dos gambetas, el pelo desmechado, los claritos, sus kilos de mas, Giampietri es Quilmes en toda su esencia. Mostrando cosas del Indio Omar Hugo a la hora de calzarse la diez. Por favor, y no es un dato menor en Quilmes, cuántos la han podido bancar. Qué bagaje ese numero. Giampietri me hizo contemporáneo, me llevó sin dudarlo al Centenario. ¿Quién logra eso que hoy parece una osadía? ¿Cuántos Adrianes se necesitan para volver a reventar la cancha? Señores, no seamos duros con el tipo que inauguro el fútbol el ansiado estadio de cemento. El que le dio brillo a nuestra alma, el que nos invitó a soñar. Porque caer en la necedad de creer que la falta de un titulo en su curriculum lo privó de ser nuestro ídolo, nuestra bandera. Fue uno de los responsables de la idolatría. También de sus males. Males que lo aquejaron pura y exclusivamente a él. Porque en la cancha, como pudo, cuando su cuerpo lo dejó, intentó no palidecer en los intentos. Giampietri no solo es grande porque divide aguas, Giampietri es grande porque tiene y tuvo condimentos que lo llevaron a ponerlo en ese lugar. Porque a los distintos se los discute. Y en esa autopista trasuntó el 10. Pero parece que los de afuera vienen con un alo que nos gusta poner y los nuestros, los genuinos son mirados como parias. Quedan huerfanos de amor y eso es tan frío como las desvencijadas butacas de la platea preferencial. Esas sillas sí que hablan, sí que te juzgan. Adroctinadas parecen las pícaras al ufanarse durante días en todas las previas de comienzo de torneo en que no hay que traer enorme cantidad de refuerzos, pero que al segundo amistoso, desgañitan sus gargantas amasijando la ilusión de nuestros pibes.
Cuando se muera Giampietri pasará a ser el mejor creativo que ha pasado por la institución. Se le pondrá una plaqueta. Se harán dos minutos de silencio, no uno. Es poco para un crack. Bajarán de todos los costados su nombre. Lo recordaremos como el más grande de todos los tiempos. ¿Y qué haremos? Lo compararemos con el diez de turno (bah, ¿se jugará con diez?) y asentiremos con la cabeza lo que grita esa butaca “Si estuviera Giampietri. Estos son un desastre. No dan dos pases seguidos”. Desde un costado, diré que no hemos cambiado, que nos comimos a los ídolos, que no respetamos los colores. Y me duele no poder resucitar a ese Giampietri que iluminó mis días de purrete en el potrero, que me invito a querer ser como él. La lápida le pone un fin a tu vida terrenal. Para mi estas líneas son el justo homenaje al jugador que me invitó a creer en la desfachatez, en el ser caradura en cualquier cancha, en llorar cuando no se puede volver a la casa que uno ama, en romper aún más esos ligamentos con tal de generar ilusión en esa masa adicta.
Su pequeña pelota está en un costado, pegada a su conejo que habla. El niño de no mas de diez meses la relojea y emprende la cuesta hacia ella. De refilón su madre lo cobija con la mirada, le festeja cada emprendimiento de dominio. Lo sueño Giampietri, lo veo de blanco con la diez en la espalda. Con la dicharachera pegada su pierna hábil. Pero no quiero que sufra. No quiero lagrimas de su madre. Es muy chico para atarcarlo, inofensivo. No toquen a mi hijo, no lastimen a los ídolos. Por favor, déjenlos ser. Por favor, por favor, es mi único héroe en este lío…