miércoles, 8 de julio de 2009

Mi único héroe en este lío (carta a vos, diez)


Miro la foto que tengo de mi hijo en el fondo de pantalla de mi computadora. Lo veo a él jugando también. Lo sueño crack, claro, por ahora puedo, sus diez meses me posibilitan volar en la mente porque aún no habla. No me habla de Ben 10, Power Rangers y demases yerbas 20 pulgadas. Lo sueño mil veces, lo añoro también, que no es lo mismo. Tiene sus camisetas de todos los tamaños y formas en su enorme placard. Mi hijo, tan cervecero que no entra en sus 70 centímetros. Y la veo a mi esposa he imagino a la madre de Adrian Gustavo Giampietri. No se por qué he transpolado tamaña imagen. Quizá sí lo sepa, el Maquina ha marcado a fuego mi pasión por este club. Soy contemporáneo de su futbol, de sus gambetas, de esos dedos pulgar arriba a la hora de correr, de ese culo tipo gorda caribeña para encarar matungos y desairar rivales. Soy contemporáneo del Maquina la puta madre, que dicha la que me ha tocado vivir. Los vasos de cerveza que le contaron, los acusadores del momento, los jueces de turno que nunca miran hacia adentro, que no tienen muertos en su placard. Giampietri es mas que diez goles, dos gambetas, el pelo desmechado, los claritos, sus kilos de mas, Giampietri es Quilmes en toda su esencia. Mostrando cosas del Indio Omar Hugo a la hora de calzarse la diez. Por favor, y no es un dato menor en Quilmes, cuántos la han podido bancar. Qué bagaje ese numero. Giampietri me hizo contemporáneo, me llevó sin dudarlo al Centenario. ¿Quién logra eso que hoy parece una osadía? ¿Cuántos Adrianes se necesitan para volver a reventar la cancha? Señores, no seamos duros con el tipo que inauguro el fútbol el ansiado estadio de cemento. El que le dio brillo a nuestra alma, el que nos invitó a soñar. Porque caer en la necedad de creer que la falta de un titulo en su curriculum lo privó de ser nuestro ídolo, nuestra bandera. Fue uno de los responsables de la idolatría. También de sus males. Males que lo aquejaron pura y exclusivamente a él. Porque en la cancha, como pudo, cuando su cuerpo lo dejó, intentó no palidecer en los intentos. Giampietri no solo es grande porque divide aguas, Giampietri es grande porque tiene y tuvo condimentos que lo llevaron a ponerlo en ese lugar. Porque a los distintos se los discute. Y en esa autopista trasuntó el 10. Pero parece que los de afuera vienen con un alo que nos gusta poner y los nuestros, los genuinos son mirados como parias. Quedan huerfanos de amor y eso es tan frío como las desvencijadas butacas de la platea preferencial. Esas sillas sí que hablan, sí que te juzgan. Adroctinadas parecen las pícaras al ufanarse durante días en todas las previas de comienzo de torneo en que no hay que traer enorme cantidad de refuerzos, pero que al segundo amistoso, desgañitan sus gargantas amasijando la ilusión de nuestros pibes.
Cuando se muera Giampietri pasará a ser el mejor creativo que ha pasado por la institución. Se le pondrá una plaqueta. Se harán dos minutos de silencio, no uno. Es poco para un crack. Bajarán de todos los costados su nombre. Lo recordaremos como el más grande de todos los tiempos. ¿Y qué haremos? Lo compararemos con el diez de turno (bah, ¿se jugará con diez?) y asentiremos con la cabeza lo que grita esa butaca “Si estuviera Giampietri. Estos son un desastre. No dan dos pases seguidos”. Desde un costado, diré que no hemos cambiado, que nos comimos a los ídolos, que no respetamos los colores. Y me duele no poder resucitar a ese Giampietri que iluminó mis días de purrete en el potrero, que me invito a querer ser como él. La lápida le pone un fin a tu vida terrenal. Para mi estas líneas son el justo homenaje al jugador que me invitó a creer en la desfachatez, en el ser caradura en cualquier cancha, en llorar cuando no se puede volver a la casa que uno ama, en romper aún más esos ligamentos con tal de generar ilusión en esa masa adicta.
Su pequeña pelota está en un costado, pegada a su conejo que habla. El niño de no mas de diez meses la relojea y emprende la cuesta hacia ella. De refilón su madre lo cobija con la mirada, le festeja cada emprendimiento de dominio. Lo sueño Giampietri, lo veo de blanco con la diez en la espalda. Con la dicharachera pegada su pierna hábil. Pero no quiero que sufra. No quiero lagrimas de su madre. Es muy chico para atarcarlo, inofensivo. No toquen a mi hijo, no lastimen a los ídolos. Por favor, déjenlos ser. Por favor, por favor, es mi único héroe en este lío…

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